Por largo tiempo estuvo sentado. Recostado en el respaldo
del banco observaba en derredor sin ver nada de cuanto acontecía. Veía el
cigarro consumirse entre sus dedos, inexorable, y no era lo único.
Y todo ese largo tiempo, permaneció en silencio.
Apurando una última calada, reparo. La vida está en los
pequeños detalles y aquel cigarro se le antojaba una metáfora de su propia
vida. Consumida y desechada. Lo inevitable se torna en pesadilla, es consciente
de la realidad., su vida se acaba y es convertido en una sombra inane sin
objetivos, ambiciones o metas que solo resta de ver transcurrir el tiempo entre
sus dedos incapaz de asirlo, relegado al papel de mero espectador.
Algo comúnmente aceptado, es natural, parte del ser. Nada,
nadie, no, nunca, únicas palabras que podrá pronunciar, prefijos y sufijos de
todo aquello que anheles.
Alzó la cabeza del cigarro ya extinguido, ahogado y se fijo,
por primera vez después te mucho tiempo, en el mundo. Gris, más de lo que
recordaba, viejo y cansado. Edificios y calles parecían deshacerse por
momentos. Asomaban manchas en las fachadas, deslucidas. Calles sucias y
viscosas, como si la podredumbre que corroe a la humanidad aflorara por cada
resquicio en una fina capa nauseabunda que lo cubre todo. La naturaleza,
escasa, en su agónica lucha por subsistir se ve asfixiada por tentáculos vaporosos
y cenicientos y zarcillos de espinas ponzoñosas que mancillan con su veneno su
esplendor y su pureza.
Y sombras. Cientos de sombras vagando por doquier. Unas más rápido,
otras sin rumbo aparente, viviendo una ilusión, un espejismo de realidad
viciada. Espectros marchitos, pese a su desconocimiento, almas en pena.
Otro cigarro, alimento de la contaminación, la corrupción y
la muerte. Y el mismo se noto ajado, mas vacio y demacrado. Ya no le restaba
mucho.
Se levanto, vio a otra como él y ella le miro y sus ojos
eran los suyos y un leve gesto basto, sin palabras y en silencio, como tanto
tiempo llevaba, para transmitir y compartir tan pesada carga, mutua condena que
les aguardaba.
Emprendió el camino. Tras él, volutas de humo se perdían en
el cielo cargadas con todos sus sueños y las últimas esperanzas que le
quedaban.
Mi criatura mis mas sinceras felicitaciones por tal entrada. Se te echaba de menos o por lo menos yo añoraba tus palabras. Debo decir que las palabras tienen unos tintes un poco apagados, como el ocaso del día e inclusive como el ocaso de un alma que anda perdida. Hace tiempo te deje mis guías aunque espero que no te hayan hecho tanta mella y solo veas los aspectos pocos amables de una vida que a fin de cuentas es un juego, en donde nosotros,pobres ilusos jugamos con unas cartas que nos han dado.
ResponderEliminarNo puedo evitar verte como ese Prometeo, pero un Prometeo apesadumbrado por X cuestiones ( que sin dudas me gustaría compartir contigo antes de que termine el me, si deseas ^^). No se si será lo idóneo pero me gustaría regalarte un poema, si un poema. Puede que no sea el más acertado con el tema que nos has brindado, pero seguro que eres listo y puedes establecer algunos paralelismos y otros desecharlos a fin de cuentas.
Shelley - Prometeo desencadenado-
“Al hombre dio el lenguaje; el lenguaje creó
el pensamiento, que es la medida del mundo;
y la ciencia golpeó los tronos de la tierra
y el cielo, que, agitados, no cayeron: la mente
armoniosa se alzó en canto omniprofético:
la música elevó el alma que escuchaba
hasta caminar, libre de cuidado mortal,
divina, por las claras ondas de dulces sones;
y las manos humanas imitaron primero,
y luego se burlaron, con modelados miembros
más bellos que los propios, de la figura humana,
hasta que el mármol se hizo divino: y contemplando,
las madres el amor bebieron que los hombres
encuentran reflejado en su raza, y perecen.
Dijo el poder oculto de hierbas y de fuentes,
y así la enfermedad bebió y durmió. La muerte
como el sueño creció. Él enseñó las órbitas,
tejidas y enredadas, de los astros errantes,
y cómo cambia el sol de morada, y qué hechizo
secreto hace cambiar a la pálida luna,
cuando no mira su ancho ojo, escondida, al mar:
él enseñó a regir, como vida en los miembros,
los carros del Océano, con alas de tormenta,
y el celta conoció al indio. Hubo ciudades
entonces; por sus níveas columnas discurrieron
tibios vientos, y el éter en el azul fulgió.
Y se vio el mar azul y los cerros con frondas.
Todo eso, para alivio de su destino, dio
al hombre Prometeo; por eso está colgado,
desgastado en destino de dolor: más ¿quién llueve
el mal, esa incurable plaga, que, en tanto el hombre
mira su creación como un dios, y la ve
gloriosa, hacia adelante la impulsa, como resto
de su propio querer, escarnio de la tierra,
el proscrito, el dejado en soledad? No Júpiter:
cuando aún su ceño hacía temblar al cielo, mientras
su adversario, en cadenas férreas le maldecía,
él temblaba, lo mismo que un esclavo. Declara
¿quién es su señor? Él, ¿es también un esclavo? ”
No debes procuparte mi dama. Mi oscura vision de la realidad quizas no sea tal y si un atisbo de la verdad, pero no influenciada por las obras, por otro lado exquisitas, que me brindaste la oportunidad de leer. El peso de las cadenas que a cada uno atenazan de diferente manera a veces me hace trastabillar y se cierne sobre mi, oscura, la sombra del remordimiento. Tal vez tenga como dices, ciertas similitudes con ese Prometeo. Acertado poema y agradecido regalo. Siempre es agradable leer algo talentoso. Espero poder disfrutar pronto de tu compañia y una distendia conversacion. Hasta entonces, cuidate mucho pequeña musa.
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