Imposible de contener. La vida no se puede controlar ni
retener. Como un rio que supera cualquier barrera. Y es el agua la vida, la
fuerza, la potencia, la calma o la tempestad, el misterio… Se desborda como un
recuerdo reprimido largo tiempo. Ni presa natural o artificial sirve de freno.
Choca con fuerza embravecida y destroza el muro que intenta disipar su furia,
-¡Aquí estoy!, brama en el estrepito del desmoronamiento. Entra a raudales en
esa ciudad tan bien construida, tan firmemente fortificada y se cuela por cada
calleja, tras cada esquina, empapando las calles, las casas, del recuerdo de un
cauce que una vez estuvo allí. Y en su acometida, brama furiosa por su encierro
y arremete contra todo. Y cuando el muro cae, tan solo restan los guardias, que
durante largo tiempo han procurado esa estabilidad y preservado su ciudad de la
maldad exterior. Ahora se enfrentan a un torrente liberado que amenaza con
hacer caer sus defensas, a la vulnerabilidad de verse expuestos a la
realidad. Muchos enemigos aguardan una
brecha por la que colarse. Enemigos con formas variables, pero con un solo
nombre. En sus resueltas miradas aparece un destello de incertidumbre, nadie
olvida la última inundación. -¿Qué vamos a hacer? El pueblo teme y la guardia duda. Tal vez, el
agua arrastre consigo la suciedad acumulada. Tal vez riegue los campos. Tal vez
acabe con la sequia. Tal vez…
El tiempo se detiene, aun pueden pensar. Luchar y vencer,
fortificar aun mas, endurecer aun mas, muros más altos, guardias más fieros.
Luchar y morir, hasta el último, en un sacrificio personal, por una renovación,
por una oportunidad.
Poco a poco, el tiempo vuelve a su normalidad…
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