Sopla
el viento. Un fuerte viento azota en el exterior, haciendo temblar las ramas de
los árboles, restallando contra las ventanas y crujiendo en las esquinas.
Yo, al
otro lado de esos cristales, que ahora se me antojan tan frágiles, observo
entre en humo de un cigarro como entra por las rendijas que le he abierto.
Quiero sentirlo, quiero que me acaricie esa brisa, quizás que me azote ese
vendaval.
Dejo
que recorra la estancia, que me envuelva mientras deseo que sea capaz de
arrancarme los malos pensamientos y llevárselos lejos, donde quiera que vaya.
Amenaza
tormenta…
Mirando
en derredor, todo parece mas ajeno que de costumbre. Empiezo a mentalizarme que
nada estará ahí para siempre, de una manera demasiado drástica y brutal, el
desapego al mundo me golpea sin avisar. Objetos y personas se vuelven mas
insustanciales, se devalúan y a mi me da igual.
Apuro
otra calada mas, el tabaco no me va a matar esta noche. En el humo, si uno sabe
mirar, pueden verse más formas de las que parece. En el humo que se escapa entre
los labios, están los deseos más profundos que escapan al mundo tratando de
hacerse realidad. Y divago…
A veces
solo me dejo llevar. Unas de mano de la tristeza, otras de la locura, otras del
deseo, otras…otras veces la oscuridad y el desconcierto me arrastran a mundos
desconocidos para mí.
Ahora
estoy en paz. Sopla el viento y rivaliza con mi tempestad. Sopla fuerte y
quizás no este fuera su lugar, puedo verlo, oírlo y sentirlo, quizás…solo deba
dejarlo salir.
Un
suspiro se me escapa en la tempestad, como una gota de agua en el mar con su
débil eco en la inmensidad.
Solo es
otra noche de otoño más.
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