miércoles, 24 de enero de 2018

Marcha de los condenados

Y he que vi mi alma, si, mi alma
Y vi que era mas negra que la mas oscura noche
Y vi el reflejo de mis actos en los ecos del pasado
Así como se ven las huellas en la tierra
Y al verlo llore, si, como llora un recien nacido en este mundo
Y con mis lagrimas trate de borrar las huellas
Como un río que arrastra las ramas secas de su cauce
Pero las marcas eran profundas y los surcos muy marcaos
Y ni todas mis lagrimas alcanzaban a tener la fuerza necesaria
Y alce entonces la mirada
Y vi aquello que me rodeaba
Y vi muerte, si, vi la muerte hasta donde alcanzaban mis ojos
Y la muerte me devolvió la mirada
Entro en mi como un vendaval entra en una casa desvencijada
Arrancando la puerta de sus goznes y abriendo las ventanas de par en par
Y el frió inmisericorde se instalo en cada rincón
Y envolvió con sus gélidos brazos todo mi ser
Y entonces me arrodille, si, como un condenado que suplica por su vida
Y escuche las risas causticas de mis enemigos
Y pude oír como se regocijaban
Y supe que gozaban con mi dolor y se alimentaban de el
Y en ese estado grité, en un alarido sordo que fue engullido sin llegar a resonar
Y pude sentir que me faltaba el aire y como se escapaba la vida de mi interior
Y vi el gran vació y como se cernía sobre mi
Y le acompañaba la locura, si, montando un furioso corcel
Y galopaba hacia mi, sin atender al tiempo ni al terreno
Y al momento se hallaba frente a mi
Y mi cuerpo inerte yacía paralizado
Y la locura me invadió, si, invadió hasta el ultimo atisbo de mi mente y mi espíritu
Y vi que el mundo había cambiado
Y sentí una inconmensurable soledad
Y el mundo estaba de nuevo poblado, pero era un mundo gris y decadente
Y fui entonces consciente que había sido abandonado
Mi alma jamas encontraría la paz
Mi cuerpo roto jamas hallaría reposo
Mi mente enferma jamas seria sanada
Y así me hallé, erguido de nuevo, pero como un fantasma de mi antiguo yo
Y en ese estado emprendí mi marcha, mi éxodo, si
Y supe que no serian cuarenta años, sino toda la eternidad
Pues los condenados jamas encuentran la tierra que mana felicidad.

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