En 3 minutos he podido contemplar el anhelado pasado, el
cruel presente y el incierto futuro.
Tan solo 3 minutos para paladear el
regusto amargo que deja la decepción en el corazón de las personas.
Para saberse perdedor antes siquiera de comenzar la lucha.
Para palpar la distancia insondable que separa el deseo de
la realidad y sentir en la piel el suave y gélido roce de la indiferencia,
penetrando hasta lo más profundo, lo prohibido.

Capaz de contener las
más poderosas pasiones y encerrar la emoción en una lúgubre celda sin
cerradura.
3 minutos de sondeos, de preguntas, de respuestas, de
pensamientos, de recuerdos, de esperanzas, de reacciones, de ensoñaciones, de
despropósitos, de sacudidas, de despertares… de silencio.
Lo que antes se
desvanecía en apenas un suspiro y corría vehemente, se torna ahora arduo y de
una tardanza exasperante y tormentosa,
que adolece del cansancio de unos pasos lánguidos y desdeñosos.
Como parece disfrutar nuestra percepción de engañarnos con
maquiavélicos trucos ilusorios cuando más débiles yacemos.
Pero todo pasa y los 3 minutos forman ya parte del anhelo
pasado y nunca más serán.
A la espera de otros 3 minutos, el tiempo tiene otras
intenciones para mí.
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