Luz infecta que se cuela en los recovecos de mi mente.
Deja de ofuscar mis pensamientos.
No deseo despertar con la fingida
ingenuidad de la inocencia.
Pues en mi corazón anida la sombra ignominiosa.
Que hasta la luz engulle y destroza.
Abominable claridad que intentas disuadir mi razón de sus verdades.
Y alterar mi voluntad de sacrificio con ardides.
Con susurros viperinos en cada uno de los rayos que penetran en mi alcoba.
No consentiré tu engaño ni falacias.
Ni me distraerán tus efímeros halagos.
Que yo con fuerza vapulearé hasta mi ultimo aliento.
Sabiendome poseedor de la mas oscura verdad.
Poderosa sed del sufrimiento sin par que brama necesitado de continua agonía.
¡Yo te rechazo, adalid de las mentiras y artimañas!.
Jamas caeré en el sopor de tu indulgencia.
Ni tus rayos ni tu calor, ni la falsa sensación de comodidad que traes.
Podrán hacerme olvidar
Que yo soy el infinito vacío que todo lo devora.
Que la noche me brinda en sus nebulosos brazos los jirones negros de mi alma.
Para que pueda con ellos tejer mi realidad, única e incuestionable.
Para que ese manto me proteja al terminar, de cada irremediable nuevo amanecer.
Y preserve en mi interior la certeza de un dolor interminable.
Que resuena en derredor dejando una estela de tristeza, como huellas arrastradas por la nieve.
Del mismo frío que envuelve mi corazón, hielo perpetuo.
Repeliendo así todo atisbo de un final.
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